miércoles, 4 de mayo de 2016

VISITAS GUIADAS CON HISTORIA


DETALLES DE LA CIUDAD DE MÉXICO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX

Por P. Parra Fdez.

Podemos encontrar una nutrida descripción de la vida cotidiana, de las calles y del arte de a mediados del  s. XIX  en los escritos de  don Guillermo Prieto, don  Ignacio Manuel Altamirano,(liberales amigos de Benito Juárez, quienes se reunían a platicar en un cuarto de San Juan de Letrán, hoy Eje Central).  Además de ellos tenemos a don Antonio García Cubas, autor de un padrísimo atlas publicado en tiempos de Porfirio Díaz, además de otra obra llamada México de mis recuerdos, entre otros. También podemos leer los manuales o guías de viajeros como la de Juan Nepomuceno Almonte (1857), conservador, hijo del cura  y generalísimo José Ma. Morelos y Pavón o la de Marcos Arróniz (1858), un culto joven de Orizaba, Veracruz, amigo de Prieto y Altamirano, pero opuesto a sus ideas políticas. En cuestión visual, uno de nuestros consentidos fue el excelente litografista Casimiro Castro, cuyas imágenes adornan la mayoría  de nuestros comentarios de esta visita guiada. Sus obras son bellísimas y son una fuente invaluable del México decimonónico ¿o apoco no? 



Los vendedores ambulantes del centro, no son ambulantes, si lo pensamos bien, ya que ponen sus productos sobre un plástico y ahí se quedan, ¿no? Pero en el siglo XIX y todavía en algunos lugares de nuestra ciudad, sí podemos ver un verdadero ambulantaje, es decir, caminan y anuncian su mercancía.
En las calles de la ciudad del siglo XIX, lo que se vendía empezaba a gritarse desde tempranito.  Los  primeros en pasar eran los carboneros, quienes gritaban “¡carbosiú! (carbón, señor), después venían los que gritaban ¡Mantequía… mantequía de a rial y dia medio! Los interrumpía el carnicero con voz ronca al gritar  ¡Cesina buena!  Luego, casi al mismo tiempo una mujer que vendía sebo para la cocina decía ¡Hay sebooooooo!  Más adelante otra pregonaba ¡chichicuilotiiiitooos tieeernoos! Un pájaro que llegaba, igual que los patos, a La Candelaria y que eran cazados para venderlos. 
Bueno, los vendedores con sus pregones se extendían a lo largo del día y en horarios específicos y se vendía de todo,  pan, botones, patos, agua… una ciudad silenciosa, lo que se dice silenciosa, pues no era, pero si muy pintoresca.


No hay comentarios:

Publicar un comentario